El BCE busca acabar con el dinero en efectivo y elige a una segunda empresa española para desarrollar el euro digital
El Banco Central Europeo (BCE) ha dado un paso más en su controvertida cruzada para imponer el Euro Digital, seleccionando a una segunda empresa española, G+D (Giesecke+Devrient), para unirse al proyecto que busca digitalizar por completo la economía europea. Este anuncio, hecho público el 11 de mayo de 2025, se suma a la participación de otras compañías como Diusframi y Kineox, también españolas, que ya forman parte de la Plataforma de Innovación del Euro Digital. Sin embargo, detrás de esta aparente modernización se esconde una agenda preocupante: la eliminación progresiva y obligatoria del dinero en efectivo, un movimiento que no solo amenaza la libertad financiera de los ciudadanos, sino que también expone a la población a un control sin precedentes por parte de las instituciones. La decisión del BCE de avanzar en el BCE Euro Digital merece una crítica contundente, pues pone en riesgo derechos fundamentales bajo el pretexto de la innovación tecnológica.
Una nueva empresa española en el proyecto del euro digital
El BCE ha seleccionado a G+D, una empresa con experiencia en soluciones de pago y ciberseguridad, para contribuir al desarrollo del euro digital, un proyecto que lleva años en gestación y que ahora entra en una fase crítica de implementación. G+D se une a Diusframi y Kineox, dos compañías españolas que ya participan en la Plataforma de Innovación, un entorno controlado donde se experimenta con la tecnología, la infraestructura y las funcionalidades clave de esta moneda digital. Según el BCE, el objetivo es crear un medio de pago que sea eficiente, seguro y competitivo frente a las criptomonedas privadas, además de garantizar su aceptación como moneda de curso legal en toda la eurozona. Sin embargo, el papel de G+D, que se centrará en la ciberseguridad y la interoperabilidad de los pagos, no puede ocultar el verdadero propósito de esta iniciativa: restringir el uso del efectivo y forzar a los ciudadanos a adoptar un sistema digital que facilita la vigilancia masiva.
El BCE ha establecido que los comercios estarán obligados a aceptar el euro digital, eliminando cualquier posibilidad de que los ciudadanos puedan optar exclusivamente por el efectivo. Además, se impondrán límites al uso del dinero en efectivo, con el argumento de combatir el fraude y el blanqueo de capitales. Esta narrativa, aunque suena razonable en la superficie, es profundamente engañosa. El efectivo, como medio anónimo y descentralizado, es una de las últimas barreras contra la vigilancia financiera totalitaria, y su eliminación abre la puerta a un control estatal que debería alarmar a cualquier defensor de la privacidad y la libertad individual.
La obsesión del BCE por eliminar el efectivo
La decisión del BCE de avanzar en el Euro Digital no es un simple paso hacia la modernidad; es un ataque directo a la autonomía financiera de los ciudadanos europeos. El efectivo permite transacciones anónimas, protege a los individuos de la supervisión constante y garantiza que las personas puedan operar fuera de los sistemas bancarios centralizados, especialmente en tiempos de crisis. Sin embargo, el BCE parece decidido a erradicar esta libertad, justificando su agenda con argumentos que no resisten un análisis crítico. Alegan que el euro digital mejorará la inclusión financiera y la seguridad en los pagos, pero ¿qué inclusión puede haber cuando se obliga a los ciudadanos a adoptar un sistema que requiere acceso a internet, dispositivos electrónicos y cuentas bancarias, excluyendo a los más vulnerables, como los ancianos o las comunidades rurales?
El límite al uso del efectivo, una medida que el BCE planea implementar gradualmente, es particularmente preocupante. En un contexto donde la inflación sigue afectando a los hogares europeos —en España, por ejemplo, el IPC alcanzó un 3,5% en abril de 2025—, el efectivo sigue siendo el medio preferido para las transacciones diarias, especialmente entre las clases trabajadoras que no confían en los bancos tras escándalos como el de 2008. Forzar la transición al euro digital no solo ignora estas realidades; también expone a los ciudadanos a riesgos como los ciberataques, las caídas de sistemas digitales y la pérdida de privacidad. Cada transacción con el euro digital quedará registrada, permitiendo al BCE y a los gobiernos rastrear los hábitos de consumo, los movimientos y las decisiones financieras de cada individuo. Este nivel de control es inaceptable en una sociedad que presume de defender los derechos humanos.
Un control disfrazado de innovación
El BCE Euro Digital se presenta como una solución moderna a problemas contemporáneos, pero en realidad es un mecanismo de control disfrazado de innovación. La obligatoriedad de aceptar el euro digital en los comercios, junto con las restricciones al efectivo, elimina la libertad de elección, un principio básico en cualquier democracia. El BCE argumenta que esta medida combatirá el fraude, pero las estadísticas muestran que el blanqueo de capitales ocurre principalmente a través de sistemas digitales y bancarios, no del efectivo. Además, el límite de 3.000 euros en la tenencia de euro digital, diseñado para evitar que los ciudadanos lo usen como inversión, demuestra que el BCE no confía en su propio sistema y teme que provoque una fuga de depósitos bancarios, desestabilizando aún más una economía ya frágil.
La participación de empresas como G+D, aunque refuerza el papel de España en el proyecto, no mitiga las preocupaciones. Por el contrario, la experiencia de G+D en ciberseguridad debería hacernos cuestionar aún más la seguridad del euro digital. Si el BCE necesita tantas salvaguardas, ¿qué garantías tenemos de que este sistema no será vulnerable a ataques masivos, como los que ya han afectado a instituciones financieras en el pasado? La respuesta es ninguna. Mientras tanto, el efectivo sigue siendo un refugio seguro, inmune a las caídas de servidores y a los hackeos, y su eliminación forzosa solo beneficia a quienes buscan controlar cada aspecto de nuestras vidas.
Un futuro que debemos rechazar
El Euro Digital no es un avance; es un retroceso disfrazado de progreso. La decisión del BCE de avanzar en este proyecto, ahora con la colaboración de una segunda empresa española, refleja una obsesión peligrosa por eliminar el dinero en efectivo, un medio que garantiza la libertad y la autonomía de los ciudadanos. En 2025, mientras Europa enfrenta desafíos como la inflación, la desigualdad y la desconfianza en las instituciones, el BCE debería centrarse en proteger los derechos de sus ciudadanos, no en despojarlos de ellos. Los europeos merecen un sistema financiero que respete su privacidad y su libertad de elección, no uno que los someta a la vigilancia y al control. Es hora de rechazar esta agenda y defender el efectivo como un pilar esencial de nuestra democracia.