Ser libre te deja sola o solo…Ser libre te deja sola o solo…Ser libre te deja sola o solo…
Podría ser una ciudad cualquiera llena de luces, ruidos, a tope de todo, menos de atención a lo que pasa a muchos de sus habitantes.
Ahí estaba ella (o él, o ellos, por ahora, llamémosle ella) caminando con paso firme, cabeza erguida con un mantra de Alaska resonando en sus auriculares “a quien le importa lo que yo haga, a quien le importa lo que yo dida” y la verdad es que nadie parecía responderle… Ser libre te deja sola.
Ser libre es un concepto muy atractivo, sobre todo, para aquellas personas que han decidido no encajar y renuncian a las reglas de lo que deberían ser. Un daño colateral es la invisibilidad. Resulta difícil escuchar un eco preguntando ¿cómo estás? Un precio que hay que pagar por ser inapreciable o ser tú misma.
Vivimos en una sociedad que, paradójicamente, está obsesionada con la indiferencia y, al mismo tiempo, aterrorizada por ella. Como los grandes titulares de una ciudad hostil, el dolor reflejado en los rostros de un colectivo desfavorecido que suplica atención cobra protagonismo, mientras la indiferencia de quienes se cruzan en su camino se impone como respuesta. Estos últimos huyen de una realidad que, en cualquier momento podría tocarles.
Aplaudimos la autenticidad con emojis y corazones, por otra parte, cambiamos de acera cuando alguien nos incomoda con su apariencia fuera de lo convencional.
La aceptación es una quimera. Te dicen que seas libre de vivir tu vida como te apetezca y puedas, cuando lo eres, desapareces para el resto de los mortales.
Ser visto sin ser mirado
«Como un fantasma con botas de plataforma, había aprendido a moverse entre la multitud. Su imagen, personalidad y manera de vestir la hacían única, lo cual no significaba que estuviera acompañada»
“Ser diferente muchas veces no significa ser admirado. A veces solo significa ser ignorado”
Solemos escuchar a menudo que la vida es demasiado corta para preocuparse por lo que piensan los demás. Pero… ¿y si no hay demás?, y si al final del día la única voz que escuchas es el eco de tus propios pensamientos en voz alta. Todos sabemos que la independencia es poderosa, pero la soledad es una droga silenciosa que se filtra por tu piel sin pedir permiso.
La trampa de la indiferencia
Vivimos en una época donde todo es inmediato y desechable, incluso las relaciones humanas. A golpe de click nos conectamos y al mismo tiempo nos olvidamos con otro click.
Nos fascina la idea de ser diferentes, pero no aceptamos las consecuencias poco atractivas de serlo. Votamos por la rebeldía en eslogan y frases hechas, pero en la vida real, miramos para otro lado.
“Ella no quería ser salvada, tampoco buscaba validación, tan solo una señal que fuera más allá de sus propios pensamientos. Una palabra, un cruce de miradas, una sonrisa amable en medio de tanto ruido para sentir que no era invisible”
¿A quién le importa?
El problema con la libertad absoluta es que, a veces, te deja sin testigos. Sin nadie que vea tus pequeñas victorias, que sepa que en los días malos también respiras. Ser fuerte, ser libre, ser inquebrantable… Todo suena muy bien en la teoría, pero en la práctica, incluso los más duros quieren un abrazo al final del día.
La verdadera revolución no va solo de gritar “a quien le importa” sino de tener la suerte de que alguno responda: “a mi…” En una comunidad donde lo efímero es ley, esto sí que sería un acto de rebeldía…
El precio de ser tu misma
El sistema nos empuja con títulos motivadores a ser únicas, únicos; y, cuando lo logras te castiga.
Todos queremos ser auténticos, pero también pertenecer. Ser visibles, pero no señalados. Ansiamos la libertad de mostrarnos tal cual somos sin tener que pagar el precio de cargar con la soledad.
Ser diferente es un acto de valentía, pero la valentía también cansa. Cansa ser quien generalmente desafía las normas, quien se sostiene en pie cuando nadie le tiende la mano, quien sonríe a pesar de la indiferencia. Porque, aunque no lo admitamos, todos queremos importar. Queremos ser vistos, escuchados, entendidos. Queremos ser parte de algo, sin perder lo que nos hace únicos.
Un refugio, no un destino
Ella, él, o cualquiera…. Sigue caminando por la ciudad. Sus zapatos siguen resonando contra el pavimento, con cabeza erguida abandera su filosofía de libertad. Sin dejar de ser ella misma, ha entendido que no es fácil encontrar a quien le importes. Que la soledad en ocasiones es un refugio, pero jamás debe ser un destino.
Gritar “a quien le importa” es un escudo, jamás una verdad absoluta. Al final, no existe mortal que no necesite una voz que le diga: te veo, te escucho, me importas…
Y si ese alguien no aparece, es hora de preguntarnos si estamos mirando en la dirección correcta.
Por mi parte, espero que sigas mirando en la dirección de mis renglones y disfrutes con las historias o reflexiones que cada semana tengo para ti.
¡Hasta el próximo post!