Santiago Abascal acusa a Pedro Sánchez de ser un personaje sin escrúpulos
El panorama político español, a menudo un campo de batalla dialéctico, ha escalado en las últimas semanas a un nivel de confrontación que raya lo personal. En el centro de este huracán se encuentra Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, y las voces de la oposición que, con cada vez más contundencia, cuestionan no solo sus políticas, sino su propia ética. Santiago Abascal, líder de VOX, ha sido especialmente incisivo, reiterando que Sánchez es «un personaje sin escrúpulos» y lanzando una inquietante advertencia: «lo peor de él está por llegar». Esta acusación, lejos de ser una simple hipérbole política, resuena con una parte creciente de la sociedad que observa con preocupación cómo la gobernanza parece haberse despojado de cualquier límite moral en pos de la supervivencia en el poder.
Un personaje sin escrúpulos
La palabra «sin escrúpulos» tiene un peso considerable. Significa actuar sin conciencia, sin remordimientos, sin reparar en los medios para lograr un fin. Es una etiqueta que se aplica a quien prioriza su propio beneficio o el de su causa por encima de cualquier consideración ética, moral o incluso legal. Que un líder de la oposición use semejante calificativo para el jefe del Ejecutivo no es un ataque menor; es una denuncia radical del carácter y de la forma de entender la política. Y, desafortunadamente, para muchos ciudadanos, las acciones de Pedro Sánchez durante los últimos años parecen avalar una percepción de ausencia de límites morales en su ejercicio del poder.
Basta con repasar algunos de los giros más bruscos y calculados de su mandato para entender por qué la acusación de Abascal encuentra eco. El ejemplo más paradigmático, y el que ha generado mayor indignación, es la Ley de Amnistía. Pedro Sánchez, quien en el pasado había negado categóricamente la posibilidad de una amnistía para los líderes del procés, e incluso había abogado por la aplicación de la ley con firmeza, cambió radicalmente su postura en cuanto necesitó los votos independentistas para su investidura. Este viraje, que sacrificó un principio fundamental como la igualdad ante la ley por la mera aritmética parlamentaria, es, para sus críticos, la prueba más fehaciente de su pragmatismo sin escrúpulos, de una voluntad férrea de aferrarse al poder a cualquier coste.
Lo peor está por llegar
Pero la amnistía no es el único ejemplo. Los pactos con partidos que, hasta hace poco, eran considerados «impactables» por su programa (como los independentistas más radicales de Junts y ERC, o el partido Bildu, con su pasado vinculado al terrorismo), son otra muestra de esa flexibilidad ética. Sánchez, que había prometido no gobernar con Podemos o no depender de los independentistas, ha construido su poder sobre alianzas que, según sus críticos, socavan la unidad del país y legitiman a quienes buscan precisamente desestabilizarlo. Estas alianzas, vistas como un acto de pura supervivencia política, refuerzan la imagen de un líder capaz de transigir con cualquier principio con tal de mantenerse en la Moncloa.
La preocupación no se limita a las alianzas o las leyes. La sombra de la instrumentalización de las instituciones también planea sobre el Gobierno. Acusaciones de injerencia en la Fiscalía General del Estado (como la exigencia de dimisión por parte de jueces y fiscales), los intentos de influir en el Poder Judicial, o la percepción de que organismos independientes son utilizados para fines partidistas, contribuyen a la idea de un ejecutivo que busca controlar todos los resortes del Estado. Un personaje «sin escrúpulos» no solo ignora la moralidad en sus fines, sino que también desconsidera las barreras institucionales y las normas democráticas si estas se interponen en su camino.
La advertencia de Santiago Abascal de que «lo peor está por llegar» es una proyección de este temor. ¿Qué más podría hacer un líder sin escrúpulos para mantener o ampliar su poder? ¿Más cesiones a los independentistas? ¿Más leyes que beneficien a los afines? ¿Más ataques a la independencia judicial? La frase sugiere un horizonte de incertidumbre y de escalada en la polarización, donde los límites de lo aceptable en política se difuminan aún más. Se alimenta el miedo a que la obsesión por el poder de Sánchez pueda llevar a decisiones aún más perjudiciales para la convivencia y la solidez institucional de España.
Las consecuencias de tener un líder percibido como «sin escrúpulos» son devastadoras para la democracia. Se socava la confianza en la palabra política, se destruyen los puentes del diálogo y se profundiza la polarización. Cuando un sector significativo de la población cree que el presidente no tiene límites éticos, la política se convierte en una batalla campal donde cada acción se interpreta como una amenaza. Esto genera una erosión profunda del sistema, un hartazgo ciudadano y una desafección que, a la larga, debilitan la cohesión social.
En conclusión, la dura acusación de Santiago Abascal a Pedro Sánchez resuena con la percepción de una parte importante de la sociedad que asocia al presidente con una política desprovista de principios. El abandono de promesas electorales, los pactos con socios controvertidos y la aparente instrumentalización de las instituciones son, para muchos, pruebas de esa ausencia de escrúpulos. Más allá de la retórica política, la cuestión de la ética en el poder es fundamental. España necesita un liderazgo que inspire confianza, que respete los límites de la democracia y que ponga el interés general por encima de cualquier cálculo de supervivencia. La preocupación de que «lo peor está por llegar» es un reflejo de que, para muchos, Pedro Sánchez ha llevado la política al límite de la decencia.