Las 512 personas que despeñaron las milicias del Frente Popular desde el Puente Nuevo de Ronda en 1936
La Guerra Civil Española (1936-1939) dejó cicatrices imborrables en la memoria colectiva, con episodios de brutalidad que aún estremecen. Uno de los más atroces ocurrió en Ronda, Málaga, donde las milicias del Frente Popular, específicamente las Juventudes de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), despeñaron a 512 personas desde el Puente Nuevo, a 98 metros de altura, en el verano de 1936. Este acto de violencia extrema, que incluyó a más de 100 mujeres entre las víctimas, no solo destaca por su crueldad, sino por el sadismo con el que se llevó a cabo, con risas y jolgorio acompañando cada lanzamiento al vacío. Sin embargo, la Ley de Memoria Democrática impulsada por el Gobierno de Pedro Sánchez omite este crimen, perpetuando una narrativa selectiva que ignora las atrocidades cometidas por el bando republicano. La matanza de Ronda en 1936, silenciada durante décadas, merece ser recordada como un recordatorio de los horrores de la intolerancia y el sectarismo.
El escenario: el Tajo de Ronda y el contexto de 1936
El Tajo de Ronda, un profundo cañón excavado por el río Guadalevín, es uno de los símbolos más icónicos de la ciudad malagueña. El Puente Nuevo, construido entre 1751 y 1793, se alza majestuoso sobre este abismo, convirtiéndose en un emblema turístico y cultural. Sin embargo, en agosto de 1936, este lugar de belleza se transformó en un escenario de horror. Tras el golpe de Estado del 18 de julio, Ronda quedó bajo control republicano, y las tensiones políticas alcanzaron su punto álgido. Las milicias del Frente Popular, lideradas por grupos anarquistas como las Juventudes de la FAI, desataron una represión feroz contra aquellos percibidos como enemigos: derechistas, religiosos, terratenientes y cualquiera sospechoso de simpatizar con el bando nacional.
La llegada de tres camiones de militantes de la FAI marcó el inicio de la matanza. Exigieron al comité local la entrega de prisioneros, muchos de los cuales fueron seleccionados sin pruebas, basándose en listas proporcionadas por informantes. Los detenidos, incluyendo mujeres y algunos niños, fueron conducidos a los jardines públicos junto al Puente Nuevo y arrojados al vacío. El acto, descrito por testigos como una orgía de violencia sádica, se prolongó con un macabro espectáculo donde los verdugos celebraban cada caída con risas y burlas, evidenciando un fanatismo que deshumanizaba a sus víctimas.
Las víctimas: un retrato de la barbarie
Las 512 víctimas de la matanza de Ronda en 1936 eran en su mayoría civiles, muchos sin afiliación política clara. Entre ellos había sacerdotes, profesionales, comerciantes y campesinos, además de un número significativo de mujeres, estimado en más de 100. La inclusión de mujeres y, según algunos relatos, niños, agrava la magnitud del crimen, que no respetó género ni edad. La elección del Puente Nuevo como lugar de ejecución no fue casual: su altura garantizaba una muerte segura, y el acto público servía como advertencia a la población. Esta brutalidad refleja la “furia española” descrita por algunos historiadores, un frenesí de violencia que se apoderó del bando republicano durante la guerra.
Uno de los casos más documentados es el del registrador de la propiedad Carlos García-Mauriño Longoria, asesinado el 14 de agosto de 1936 junto a otras diez personas. García-Mauriño, padre de ocho hijos, dejó un diario que relata los horrores de aquellos días, un testimonio que su esposa Matilde logró preservar. Su ejecución, tras ser torturado por negarse a colaborar con los republicanos, es un ejemplo de la valentía de muchos que enfrentaron la muerte con dignidad. La Iglesia también pagó un alto precio: 14 sacerdotes de Ronda, como Leopoldo González García y Jacinto Muriel Gutiérrez, fueron martirizados, y numerosas imágenes religiosas, como la Virgen de las Angustias, fueron profanadas y quemadas.
El papel de las Juventudes de la FAI
Las Juventudes de la FAI, rama juvenil de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fueron los principales ejecutores de la matanza. Este grupo, conocido por su radicalismo, actuó con autonomía en los primeros meses de la guerra, aprovechando el vacío de poder tras el golpe de Estado. Armados y embriagados por la retórica revolucionaria, los anarquistas veían a sus víctimas como “enemigos del pueblo”, justificando su violencia como un acto de justicia social. Sin embargo, la ausencia de juicios formales y la selección arbitraria de los condenados revelan que la matanza fue más un ajuste de cuentas personal y político que una acción revolucionaria.
El comportamiento de los milicianos, celebrando cada ejecución con risas, no solo deshumanizaba a las víctimas, sino que evidenciaba una mentalidad sectaria que equiparaba la disidencia con la traición. Este sadismo no fue exclusivo de Ronda; en Málaga, entre julio de 1936 y febrero de 1937, se registraron 3.406 asesinatos, muchos perpetrados por las mismas milicias. La matanza del Puente Nuevo, sin embargo, destaca por su simbolismo y su impacto en la memoria colectiva, inmortalizada incluso en la novela Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway, que describe un episodio inspirado en estos hechos.
La omisión de la Memoria Democrática
La Ley de Memoria Democrática, promovida por el Gobierno de Pedro Sánchez, se presenta como un esfuerzo para honrar a las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Sin embargo, su enfoque selectivo ignora crímenes como la matanza de Ronda en 1936, perpetrada por el bando republicano. Esta omisión no es casual; responde a una narrativa política que prioriza las víctimas de la represión franquista mientras minimiza, ignora o justifica las atrocidades cometidas por socialistas, comunistas y anarquistas. La exclusión de los 512 asesinados en el Puente Nuevo perpetúa una injusticia histórica, negando a las víctimas y sus familias el reconocimiento que merecen.
La censura de estos hechos también refleja una incomodidad con el legado del Frente Popular, cuyos excesos desmienten la imagen de un bando republicano homogéneamente democrático. La matanza de Ronda, junto con otras como la de Paracuellos, demuestra que la violencia no fue exclusiva de un lado. Honrar a todas las víctimas, independientemente de su afiliación, es esencial para una memoria histórica verdaderamente reconciliadora. Silenciar los crímenes del Frente Popular no solo distorsiona la historia y falta a la memoria de las víctimas, sino que alimenta la polarización en un país que aún lucha por sanar las heridas de su pasado.
Un llamado a la memoria y la justicia
La matanza de Ronda en 1936 es un recordatorio de los peligros del fanatismo y la deshumanización de la Segunda República española. Las 512 personas arrojadas desde el Puente Nuevo no eran solo nombres en una lista; eran padres, madres, hermanos y vecinos cuya vida fue segada por el odio. La valentía de figuras como Carlos García-Mauriño y los sacerdotes martirizados merece ser recordada, al igual que el sufrimiento de sus familias. La memoria histórica no puede ser selectiva; debe abarcar todas las tragedias de la Guerra Civil, sin excepciones.
El Tajo de Ronda, hoy un destino turístico, debe ser también un lugar de reflexión. Reconocer la matanza de 1936 no es reabrir heridas, sino cerrarlas con verdad y justicia. Mientras el Gobierno de Sánchez ignore estos crímenes, los españoles seguirán exigiendo una memoria que no olvide a nadie, una que honre a las 512 víctimas del Puente Nuevo y a todas las que cayeron en la vorágine de la guerra.
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