El Gobierno culpa a la UCO de la filtración de mensajes mientras Ábalos reconoce ser él mismo
España asiste a un nuevo capítulo de descrédito político que sacude al Gobierno de Pedro Sánchez: la filtración de mensajes de WhatsApp entre el presidente y su exministro José Luis Ábalos, publicados por El Mundo, ha desatado una tormenta que expone las vergüenzas del Ejecutivo. Mientras el Gobierno intenta culpar a la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, acusándola de romper la «cadena de custodia», Ábalos ha reconocido ser el responsable de la filtración, dejando en evidencia la estrategia de Sánchez de buscar chivos expiatorios para ocultar su propia corrupción. Este episodio, que pone el foco en los mensajes filtrados, no solo revela la hipocresía del Ejecutivo, sino que también subraya su incapacidad para asumir responsabilidades en un contexto de creciente desconfianza ciudadana.
La estrategia del Gobierno: culpar a la UCO para desviar la atención
Desde que los mensajes entre Sánchez y Ábalos comenzaron a publicarse, el Gobierno ha optado por una estrategia tan predecible como patética: señalar a la UCO como la culpable de la filtración. El Ejecutivo ha insinuado que la Guardia Civil rompió la «cadena de custodia» de las pruebas incautadas en la investigación del rescate de Air Europa, sugiriendo que los mensajes fueron filtrados por los agentes. Esta acusación no solo es temeraria, sino que podría constituir un delito de difamación, como han advertido expertos jurídicos. Los mensajes publicados son posteriores al material incautado por la UCO, lo que desmonta la narrativa del Gobierno y deja claro que su intención es desviar la atención del contenido explosivo de las conversaciones.
En estos mensajes, Sánchez no solo critica a barones del PSOE, tildándolos de «petardos», y a la ministra de Defensa, Margarita Robles, a la que llama «pájara», sino que también revela su implicación directa en el rescate de Air Europa. Los mensajes filtrados muestran cómo el presidente ordenó «meditar» y «enfocar» la operación, a pesar de que su esposa, Begoña Gómez, mantenía vínculos económicos con Globalia, la matriz de la aerolínea. Este claro conflicto de intereses, que podría derivar en un delito de tráfico de influencias, ha puesto al Ejecutivo contra las cuerdas. Sin embargo, en lugar de dar explicaciones, Sánchez ha preferido atacar a la UCO, una institución que merece respeto por su trabajo en la lucha contra la corrupción, demostrando una vez más su desprecio por la verdad y la justicia.
Ábalos se confiesa: el verdadero origen de la filtración
La estrategia del Gobierno de culpar a la UCO se derrumbó estrepitosamente cuando José Luis Ábalos reconoció ser el responsable de algunas filtraciones. El exministro de Transportes, que lleva meses enfrentado al PSOE tras ser apartado del partido por el escándalo del «caso Koldo», ha admitido que compartió los mensajes con un tercero, aunque asegura que no se opuso a su publicación porque los consideraba «de carácter positivo». Esta confesión deja al Ejecutivo en una posición insostenible: mientras intentaban desviar la culpa hacia la Guardia Civil, el propio Ábalos ha confirmado que él mismo es el origen de las filtraciones, movido por un evidente deseo de venganza contra Sánchez y el PSOE.
La actitud de Ábalos, lejos de ser un acto de valentía, es un reflejo de la podredumbre interna del partido. En el Gobierno, algunos altos cargos admiten en privado que «Ábalos está enfadado con nosotros» y que la comunicación con él lleva meses rota. El exministro, que en su día fue uno de los hombres fuertes de Sánchez, parece haber decidido airear los trapos sucios del Ejecutivo, revelando no solo las maniobras políticas de Sánchez, sino también detalles escabrosos de su vida personal, como amantes colocadas en empresas públicas y fiestas salvajes cuyos desperfectos nadie sabe quién pagó. Los mensajes filtrados son una bomba de relojería que amenaza con hundir aún más la credibilidad de un Gobierno ya debilitado por escándalos judiciales y una percepción de fin de ciclo.
Un Gobierno acorralado por su propia corrupción
El contenido de los mensajes filtrados es devastador para Sánchez. Más allá de las críticas a sus propios compañeros, lo más grave es su implicación en el rescate de Air Europa, una operación que benefició a una empresa vinculada a su esposa. Sánchez participó activamente en la decisión, a pesar de que, como presidente, debería haberse inhibido para evitar cualquier sospecha de conflicto de intereses. Este hecho no solo pone en entredicho su ética, sino que también lo expone a posibles consecuencias legales, como un delito de tráfico de influencias. En un país donde la confianza en las instituciones está por los suelos, este escándalo es un clavo más en el ataúd de un Gobierno que parece incapaz de gobernar sin ensuciarse las manos.
La reacción del Ejecutivo ha sido patética: primero minimizaron los mensajes, luego intentaron ironizar sobre ellos y finalmente pasaron al ataque contra la UCO, una estrategia que ha hecho aguas con la confesión de Ábalos. Mientras tanto, Sánchez guarda un silencio cobarde, incapaz de negar la veracidad de los mensajes o de justificar su participación en el rescate de Air Europa. Este mutismo, combinado con los problemas judiciales que acechan a su entorno —su mujer, su hermano y su fiscal general están imputados—, pinta un panorama desolador para un presidente que parece más preocupado por salvar su imagen que por gobernar con transparencia.
La necesidad de asumir responsabilidades
Los mensajes filtrados no son un problema de quién los publica, sino de lo que revelan: un Gobierno corrupto, dispuesto a manipular operaciones millonarias para beneficiar a los suyos mientras ataca a las instituciones que lo investigan. La estrategia de culpar a la UCO es un intento desesperado de desviar la atención, pero no puede ocultar la verdad. Sánchez debe rendir cuentas por su implicación en el rescate de Air Europa y por el contenido de unos mensajes que exponen su forma de entender la política: una mezcla de arrogancia, nepotismo y desprecio por las normas éticas.
Es hora de que el Gobierno deje de buscar chivos expiatorios y asuma su responsabilidad. Los españoles merecen un liderazgo que no se esconda detrás de excusas, que no difame a la Guardia Civil para tapar sus propios errores y que no traicione la confianza de sus ciudadanos. Mientras Ábalos y Sánchez se enzarzan en una guerra de filtraciones y acusaciones, el país sigue esperando respuestas. Que este escándalo sirva como un recordatorio de que el poder no puede ejercerse sin ética, y de que la verdad, tarde o temprano, siempre sale a la luz.